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Opinió

04/07/2022

Menorca: la isla de la turistificación

Temporada 2022 y las voces de dueños de restaurantes y hoteles clama por la falta de personal. En la contracara de escasez de atención al público abundan los malos sueldos, las consecuencias de la gentrificación y el turismo masivo.


Según el informe anual de la Organización Mundial del Turismo, en 2018 - es decir, poco antes de la llegada del Covid - 1326 millones de personas se desplazaron por el mundo motivados por el ocio. O sea que el equivalente a casi toda la población de China se hizo turista. La pregunta es obligada: ¿Cómo puede sostenerse un modelo de turismo masivo sin perjudicar los territorios? ¿Qué impacto tiene en el tejido social y económico esta masividad? ¿Es el turismo el único modelo económico para lugares como Baleares?

En 2013 el geógrafo y teórico social David Harvey desarrolló un concepto que ha cobrado cada vez mayor peso y que guarda una relación muy particular con las Islas Baleares: el extractivismo urbano. Si entendemos el extractivismo como una operación económica externa que opera sobre un territorio, en oposición a los intereses, cultura, medio ambiente y forma de vida de sus habitantes, podríamos decir que el territorio de las Islas Baleares sufre de extractivismo insular.

Menorca es un ejemplo paradigmático: en los últimos 5 años la isla ha experimentado lo que en la industria del marketing y el turismo se llama placebranding, es decir, la construcción de la Marca Menorca tal como sucedió con Ibiza décadas atrás. A la colección de fotos en bañador de influencers, actores y actrices de moda y gente de la farándula se le suma con cada vez mayor frecuencia, una lista larga de multimillonarios que no solo visitan la isla sino que adquieren cada vez más propiedades.

Según el Instituto Balear de Estadística la compraventa de inmuebles se disparó en el primer semestre del año, superando las 300 operaciones, cuyo valor fluctúa arriba de los 300.000 euros. De todas las operaciones prácticamente ninguna venta fue a residentes en la isla.

Al placebranding y la masificación del turismo viene aparejado otro viejo fenómeno que ronda Menorca desde hace tiempo: la gentrificación. El alto perfil económico de quienes compran inmuebles en la isla sumado a la falta de alquileres protegidos -o de alquileres a secas-, genera un aumento progresivo en el precio de las viviendas de alquiler. Estos aumentos chocan con el perfil de clase media o trabajadora que habita muchas zonas, y poco a poco los vecinos y propietarios históricos terminan por marcharse.

Epítome de las contradicciones del modelo turistificador es la enorme crisis de vivienda que sufren quienes vienen a Menorca exclusivamente en temporada alta a trabajar. Mientras los pequeños y grandes hosteleros claman por la falta de personal, la contracara de esta crisis son los precios impagables de vivienda, los bajos salarios y la enorme carga horaria en el ramo. Esta es una insólita primera pero no última crisis por falta de personal, que no da abasto para atender los 1.300.000 y 1.400.000 turistas que recibe Menorca al año, según indican las cifras publicadas por el Govern Balear.

En una entrevista para el diario El País, la filósofa Marina Garcés planteaba que "El turismo es la industria legal más depredadora que existe. Es un desarrollo masivo, extractivo y monopolista. No me vale que sostiene al pequeño comercio. Beneficia a las grandes industrias de transporte, urbanística o de alimentos. Es ahí donde se cruzan todas las devastaciones: de la ambiental al extractivismo presente".

Reorganizar, rediscutir, redistribuir

El extractivismo insular, el modelo masivo de turismo, la tendencia inflacionaria de la economía fruto de la recesión post covid y de la guerra en Ucrania, además de la crisis ambiental global y la tendencia destructiva de territorios considerados Reserva de la Biosfera como Menorca hacen de este un modelo económico y social destinado a colapsar.

Para revertir la tendencia al colapso territorial en Menorca es importante construir un paradigma distinto de economía que no esté basado únicamente en las dudosas regalías de un turismo insosteniblemente masivo, sino pensar en un modelo que contemple e integre la dimensión social y medioambiental. No basta con dejar de retirar la Posidònia de las playas para contentar extranjeros o vetar la construcción de grandes cadenas hoteleras en primera línea de mar. Hay que reorganizar la economía, la garantizar vivienda y salarios dignos y cuidar el territorio.

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